Coffee,
Llevo tiempo intentando escribir sobre él, sobre su historia… Pero no se como contarla, no quiero que sea la historia del “pobre perrito inválido que tuvo suerte de que alguien lo adoptara”.
Coffee apareció un día de San Juan. Era un perro de cuatro kilos, entrado en años y con una fractura vieja en su patita delantera izquierda, me avisaron de la protectora de animales para que lo acogiera.
Cuando me lo entregaron era un bultito negro con un aspecto no muy prometedor, me dijeron que no viviría mucho tiempo y que intentarían mandarlo a Alemania, en realidad nunca más volvieron a interesarse por él…
Yo, como mucha gente, pensaba que un perro inválido necesitaría muchos cuidados y que no podría hacer lo mismo que los demás. Coffee necesitó muy poco tiempo para mandar a paseo todos mis prejuicios y los de toda la gente que lo conoció.
Creo que uno de los mejores recuerdos que tengo de él es nuestra entrada triunfal en los parques. Irrumpíamos juntos, todo el mundo estaba con perros más grandes, jóvenes y sanos que Coffee, Reacciones habituales: “que penita de perrito cojo…” o miradas de suficiencia “vaya birria de perro”. A los cinco minutos Coffee había recorrido todo el parque a velocidad de vértigo, había saltado y bajado de varios bancos del parque, se había hecho amigo de todos los perros y había puesto en su sitio a todos los que se atrevían a meterse con él y de paso se había metido en el bolsillo a todos los dueños que hace unos minutos lo miraban por encima del hombro. Reacciones después de conocer a Coffee :“Coño… Pero si hace de todo…”
Exacto, Coffee hacía de TODO. Era un perro alegre, vitalista e independiente como he conocido pocos. Jamás tuve la sensación de que me necesitara ni de que estuviera desvalido. Lo que si que recibí de él fue amor y cariño incondicional, momentos muy divertidos y una inyección diaria de la alegría y el amor por la vida que él transmitía.
En los cuatro años que Coffee vivió con nosotros pasamos momentos muy felices, nos acompañó en los viajes que hicimos, vino a muchas fiestas en el campo, fue un padre y un maestro para los cachorros acogidos, nos acompañaba a alimentar colonias de gatos callejeros (era un ídolo para los gatos, lo seguían como hechizados, supongo que su extraña forma de caminar a saltitos los atraía) e hizo innumerables amigos humanos y no humanos.
Por desgracia un 14 de mayo los riñones de Coffee dejaron de funcionar y él se marchó.
Su muerte nos pilló de improviso a todos, a pesar de su edad y de sus muchos achaques, él siempre se recuperaba y continuaba viviendo su vida con la misma intensidad que siempre.
Casi, casi nos había convencido de que no se iba a morir nunca.
Un perro viejo, cojo y enfermo que nadie quería se convirtió en un compañero inseparable junto al cual pasé momentos muy felices, me hizo conocer personas con las que hoy sigo manteniendo una gran amistad y dejó una huella imborrable en todos los que lo conocieron (hace más de un año que murió y todavía me para gente para preguntarme por él o para recordarlo)
Coffee nos enseñó que hay que superar la adversidad, y valorar lo bueno que hay en la vida.
Sobre todo nos hizo entender que a veces nuestras ideas preconcebidas nos hacen perdernos las mejores cosas de la vida. Que la felicidad puede estar donde menos uno se espera.
Coffee nunca te olvidaremos, nunca olvidaremos esos cuatro años.