Ahí lo veo a mi gato Tyke, sentado en
el césped de otoño, los ojos dorados entreabiertos, sereno, nada puede
perturbarlo, ni siquiera los ladridos lejanos de los perros o la
estridencia de los aviones que, arriba, dejan su estela en el vacío
azulado -aviones a París y Bombay, Port Swettenham y Cádiz, pero ¿qué le
importa esto a un gato? A menos, claro, que un gato español apareciera
de pronto delante de él. En ese caso, lo perseguiría hasta expulsarlo
del patio. Debo decir que desde que le compré a mi madre esta casita de
cuatro habitaciones, el gato ha custodiado con mucho celo la entrada de
intrusos, ya fueran gatos o perros, aunque permite que los pájaros
(incluso las tórtolas) coman tranquilas las migas de pan que mi madre,
tan buena, les deja todas las mañanas (junto con semillas para pájaros)-
Tyke tiene una valla que impide la entrada de perros, pero persigue a
cualquier gato que se cuele, aunque una vez un macho gris logró seguirlo
no sé cómo y llegó a olfatear su entrada secreta a través de la
ventanita del sótano donde mi madre improvisó una desvencijada casucha
parecida a una choza de los tarahumaras en los suburbios de Ciudad
Juárez -Por esa casita, Tyke se desliza silenciosamente al sótano, usa
de escalera una mesa con dos cajas encima, sube y empuja con suavidad la
puerta de la cocina (nunca trabada ni cerrada con llave) para maullarle
a la leche y a la deliciosa comida balanceada- Este gato gris había
aprendido el ardid y una noche se produjo una ruidosa pelea en la cocina
-Pero aun así el gato gris entra sigilosamente, espía con los ojos
verdes si todos duermen y si Tyke, el dueño, salió de putas, y en ese
caso devora todo lo que puede y se va como llegó.
Suspiro
al pensar que los problemas de Tyke son mucho más puros que los míos
-Yo hago el equipaje y me visto para tomar un avión a Hollywood, donde
tendré que aparecer en el programa de televisión de Steve Allen, que
será transmitido de una costa a la otra. Voy a leer seis minutos de mi
poesía y mi prosa lamentables- ¿Traga saliva Tyke porque millones de
espectadores verán esa cara el lunes a la noche y pensarán todo tipo de
cosas, pensamientos de cólera que no pueden ser mejores que no tener
pensamiento alguno? Tyke es como ese sabio taoísta chino que se mantiene
en un nivel tan bajo como el del valle porque jamás será visto
alzándose encima de nada para derribar aquello sobre lo que se alza: el
Rey Secreto del Valle.
Así
que ahí está, el dulce Tyke, mi hermano, cruza de persa y callejero de
Florida; medita en silencio, las garras plegadas, el cuerpo encorvado
como un gato Buda, los ojos casi siempre cerrados, poco dispuesto a que
lo perturbe mi saludo o el rugido de un avión, se queda sin más sentado
en el paso bajo el sol de noviembre, habitado en cada músculo por la
Sabiduría del Sagrado Egipto. -"¿Y viaja en avión a la Costa Oeste?", me
pregunto. "¿Firma contratos, paga impuestos, abre los sobres de la
correspondencia o lo apena el horror universal?" No. Contempla la línea
del horizonte, allí donde el espacio se disuelve en el vacío que existe
en el interior de él mismo y en el interior de todas las cosas - es
miércoles y su novia gata en la otra punta del barrio sabe que él va a
visitarla esta noche -y él, Tyke, sabe que se comerá un ratón y que el
ratón lo comerá- la eternidad lo abate; la soberbia lo corroe, pero en
el fondo nada le importa mucho, ja, ja. Y mañana al amanecer, cuando yo
esté ya a casi 5000 kilómetros para ocuparme de mis naderías, él entrará
a casa con la cola baja, y:
Roto el ayuno
el gato se ensortija
en la cuna del alba
y esto es tan evidente como el reflejo de mi nariz en el espejo del mediodía.
El
gran poeta inglés Christopher Smart dijo de su gato: "Pensaré siempre
en mi gato Jeoffry... es ajeno a toda destrucción si está bien
alimentado, y no escupe jamás si no lo provocan... todo hogar está
incompleto sin él y falta una bendición en el alma... Él sabe que Dios
es su Salvador... No hay nada más dulce que su paz cuando duerme".
"Mi gato Tike" por Jack Kerouac